Deja de oír y escúchanos

Es indudable que el diálogo es fundamental para encauzar los problemas de identidad nacional que Euskadi o Catalunya tienen con España. Pero la interpretación que los políticos españoles hacen del concepto del diálogo dista mucho de ser aceptable.

La historia política de las últimas décadas nos ha demostrado que para los dirigentes políticos españoles el diálogo consiste en oírte, que no escucharte, para que finalmente se haga todo lo que ellos digan.

Escuchar y oír son verbos con significados muy diferentes. Y dialogar no consiste en oír para terminar imponiendo.

Cuando se plantea un diálogo con posturas tan distantes como son las relacionadas con la identidad nacional vasca frente a las imposiciones españolas, la única forma de dialogar es partiendo de la idea de que los dirigentes políticos españoles deben mostrar predisposición a la flexibilidad y capacidad para escuchar.

El estado español nunca ha planteado un verdadero diálogo para afrontar los problemas de las identidades nacionales vasca y catalana. Los diferentes líderes políticos españoles se han limitado a oír las reivindicaciones de nuestras dos naciones, sin demostrar la menor intención de escucharlas. Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy han compartido una postura intransigente con respecto a las identidades nacionales de Euskadi y Catalunya, presentando esa intransigencia al conjunto de la sociedad española como si de un gran éxito político se tratase.

Los políticos españoles confunden firmeza con intransigencia, oír con escuchar, acordar con imponer, y, en determinados momentos, incluso confunden democracia con absolutismo.

La comparecencia del Lehendakari Ibarretxe en el Congreso de los Diputados en el año 2005 supuso todo un símbolo de lo que consideran los dirigentes políticos españoles qué es dialogar. El Lehendakari del pueblo vasco acudió a Madrid, para proponer diálogo y soluciones ante los representantes políticos del estado español. Todos lo oyeron, ninguno lo escuchó, y presumieron de esa actitud, calificándola de triunfo de la firmeza democrática del estado español.

Para los dirigentes políticos españoles, dialogar consiste en dejarte claro que, digas lo que digas tú, al final se va a hacer lo que digan ellos. Te dejan hablar y, cuando has acabado, te enseñan un tomo de la Constitución para utilizarla como excusa multiusos con la que imponer su criterio.

Cuando los políticos del estado español oyen pero no escuchan a dos pueblos como el vasco o el catalán, lo único que logran es ampliar las diferencias y las distancias entre vascos y españoles o entre catalanes y españoles.

El estado español jamás nos ha ofrecido una posibilidad de diálogo serio, en el que los vascos y los catalanes dejemos de ser oídos para pasar a ser escuchados.

Eludir la responsabilidad de plantear un verdadero diálogo con Euskadi o con Catalunya es un comportamiento pueril. Supone un intento baldío de retrasar lo inevitable, y estimula en la ciudadanía vasca y catalana la sensación de que el estado español y sus dirigentes políticos no nos respetan.

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