El divorcio de los pueblos

Hasta el año 1931, todo lo relacionado con el matrimonio o el divorcio en el estado español quedaba sujeto a lo marcado por el Código Civil, vigente desde el año 1889. Los artículos de este Código Civil del siglo XIX señalaban al fallecimiento de uno de los cónyuges como la única forma de disolver un matrimonio.

La Constitución española de la Segunda República, aprobada en el año 1931, incluyó en uno de sus artículos: «El matrimonio se funda en la igualdad de derechos para uno y otro sexo, y podrá disolverse por mutuo disenso o a petición de cualquiera de los cónyuges con alegación de justa causa». Este artículo fue la base sobre la que se cimentó la primera ley del divorcio en el estado español, que trató de poner punto y final a los siglos de sometimiento de las mujeres, otorgándoles el derecho a decidir su futuro. Lamentablemente, los tenebrosos cuarenta años de fascismo franquista devolvió a las mujeres su papel de esclavas maltratadas, sin derecho a decidir sobre sus vidas.

Hace cien años era impensable que llegase a existir la posibilidad de que un cónyuge se divorciase, solicitándolo de manera unilateral. Pero las leyes fueron evolucionando y, en nuestros días, todos los actuales estados europeos, incluido el estado español, permiten el divorcio cuando ambos cónyuges lo solicitan, o cuando lo solicita solo uno de ellos de forma unilateral. En ambos casos las condiciones de ese divorcio quedan sometidas a las decisiones de los tribunales.

Europa ha sido capaz de evolucionar en los últimos siglos hasta conseguir articular y legalizar el divorcio de las personas. En el futuro Europa deberá evolucionar del mismo modo, hasta lograr la articulación y la legalización del divorcio de los pueblos.

En nuestro tiempo a todos nos parece lo más lógico del mundo que si una mujer no quiere permanecer junto a su marido no se la obligue a ello, y se le permita divorciarse. Sin embargo, en nuestro tiempo aún causa escándalo y crispación que un pueblo que no quiere seguir formando parte de un estado se quiera divorciar.

Si dos cónyuges no se quieren, todo el mundo estaría de acuerdo con que la salida más sensata es el divorcio, dialogado y sin agrios enfrentamientos. Y lo que es bueno para dos personas, debería también serlo para los millones de personas que conforman dos pueblos.

El matrimonio entre el pueblo catalán y el pueblo español está acabado. Y lo mismo se puede afirmar del matrimonio entre el pueblo vasco y el pueblo español. En realidad esos dos matrimonios nunca han funcionado bien porque se celebraron de forma forzosa, obligatoria y sin el consentimiento de uno de los cónyuges. En ninguno de esos dos matrimonios ha existido nunca un ápice de mutuo afecto. En general, el pueblo español no siente por los vascos o por los catalanes más que antipatía. Y los vascos y los catalanes estamos hartos de que los dirigentes españoles nos impongan cómo tenemos que hablar, cómo tenemos que actuar, cómo tenemos que pensar y, sobre todo, estamos hastiados de sus maltratos, que se prolongan ya desde hace siglos.

Yo estoy plenamente convencido de que la nación vasca y la nación catalana terminarán constituidas como dos estados independientes. Pero también me temo que para ver eso aún deberemos esperar más tiempo del que nos gustaría.

Hasta que Europa no disponga de unas leyes que regulen el divorcio de los pueblos, no habrá nada que hacer. A día de hoy, si un pueblo se siente maltratado por su cónyuge estatal, está legalmente obligado a seguir soportando sus malos tratos. Pero el tiempo pasará, Europa evolucionará y con ello sus leyes.

Entre tanto, lo siento de todo corazón por el pueblo catalán, porque mucho me temo que su actual proceso de independencia va a llegar aún menos lejos de lo que llegó nuestro Plan Ibarretxe.

El Plan Ibarretxe planteó un diálogo tranquilo y sensato para alcanzar un acuerdo que convirtiese a Euskadi en un Estado Libre Asociado al estado español. Era una buena solución para todos, pero ese cónyuge posesivo y dominante que es España nos despreció, obligándonos a someternos a su voluntad, bajo todo tipo de amenazas.

Catalunya plantea un proceso mucho más desafiante que el Plan Ibarretxe. Independencia o confrontación. Ante esto, mucho me temo que ese cónyuge inquisitivo y agresivo que es España intentará acabar con el proceso independentista de la manera más humillante y frustrante para el pueblo catalán.

No nos engañemos, en la Europa del año 2017 dos pueblos no se divorcian si uno de ellos no reconoce la legalidad de la consulta o el referéndum a celebrar. El pueblo español no va a concedernos el divorcio ni al pueblo vasco ni al pueblo catalán porque somos su sustento económico. Esto nos lo dejaron muy claro con el carpetazo que le dieron al Plan Ibarretxe.

Algunos políticos catalanes presuponen que ellos lograrán llegar más lejos de lo que lo hizo el Plan Ibarretxe. Yo deseo que el proceso abierto en Catalunya tenga éxito, pero me temo que al pueblo catalán el actual estado español le concederá en este asunto lo mismo que al pueblo vasco, nada. A no ser que, para sorpresa de todos, irrumpa en la política del estado una nueva generación de políticos españoles, verdaderamente demócratas, que consideren que el estado español debe refundarse desde sus cimientos, sin descartar que los vascos y los catalanes podamos desanexionarnos para formar nuestros propios estados.

Tal vez es que yo carezco de fe en la democracia española, pero no me imagino a Felipe de Borbón y a Mariano Rajoy firmando en los próximos años un documento de desanexión y reconocimiento oficial del estado vasco o del estado catalán.

El Plan Ibarretxe marcó las fronteras de lo negociable con el estado español. Se proponía la creación de un estado vasco, no desvinculado del estado español, y fue rechazado.

El nacimiento de un estado vasco o de un estado catalán, totalmente independizados y desvinculados del estado español, no se va a lograr yendo a Madrid, sino yendo a Estrasburgo y a Bruselas. Y todo ello hecho sin prisas ni precipitaciones, siendo conscientes de que es un proceso que podría llevarnos años, tal vez décadas.

Los vascos y los catalanes necesitamos unas leyes europeas e internacionales más democráticas que las actuales. Unas leyes y unos tribunales imparciales a los que nos podamos acoger para solicitar la demanda de divorcio de manera unilateral. Y eso, en el año 2017, no existe aún.

Si una persona no quiere estar sometida por su cónyuge, acude ante un juez para que este lo solucione. Si un pueblo no quiere vivir sometido por un estado, aún no tiene jueces a los que acudir en busca de soluciones imparciales, democráticas y justas.

Pero no quiero que os quedéis con el lado pesimista de esta realidad. Todo lo contrario. El ser humano vive en constante evolución. Las sociedades, las normas, las leyes y las ideas están vivas, y cambian constantemente. Llegará el día en el que el pueblo vasco y el pueblo catalán podrán solicitar un referéndum legal de independencia, acogiéndose a leyes europeas o internacionales. Y si nuestros dos pueblos así lo deciden en las urnas, Euskadi y Catalunya se constituirán como estados, diga lo que diga el estado español.

No dudéis de que a lo largo del siglo XXI esa oportunidad se dará. Y mientras se acerca ese momento histórico, nuestra obligación en la nación vasca es la de seguir ganando autogobierno metro a metro, seguir exigiendo nuestro derecho a decidir y seguir reivindicando el reconocimiento europeo de la nación vasca.

¡TODO LLEGARÁ!

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