Más de un siglo de Ikurriñas (Autora: Marian Moreno)

La ikurriña tiene más de cien años pero sigue despertando intensos sentimientos, como lo ha hecho desde que Sabino y Luis de Arana idearon esa enseña roja, blanca y verde que hoy es sinónimo de vasco

ESTA semana se ha conmemorado el 33 aniversario de la legalización de la ikurriña en el Estado español, ya que fue el 19 de enero de 1977, víspera de la tamborrada donostiarra, cuando fue legalizada, restituyendo así nuestro derecho a exhibir libremente el símbolo que representa a todos los vascos. Sin embargo, su historia comienza mucho antes, cuando los hermanos Sabino y Luis de Arana idearon dos diseños: uno para ser colgado de un mástil y otro para utilizarlo como colgadura. En un principio, la ikurriña fue únicamente la bandera de Bizkaia, ya que Sabino de Arana se inspiró en el emblema y escudo de este territorio, pero para comienzos del siglo XX fue perdiendo ya su connotación territorial vizcaína y acabó considerándose como la bandera de todos los vascos, siendo su interpretación popular la que hoy todavía conocemos: su fondo rojo simboliza al Pueblo Vasco, su aspa verde a la Independencia y su cruz blanca, la concepción cristiana de la vida.
Su primera aparición pública se produjo con motivo de la inauguración de la sede del Euskeldun Batzokija el 14 de julio de 1894, siendo izada por el socio de más edad, Ciriaco de Iturri, antiguo oficial del ejército carlista de la 6ª compañía del batallón de Arratia. En el siguiente batzoki fundado en la localidad de Busturia se izaría otra ikurriña, regalada por Luis de Arana. A partir de este momento comienza a aparecer en distintos eventos. Así, en 1895 se iza por primera vez la ikurriña en un buque, en la popa del balandro Aketxe de Bermeo. En agosto de 1908, la ikurriña colocada en el batzoki de Begoña, recibió el saludo militar ignorante y despistado de Alfonso XIII cuando visitaba la localidad. En 1916 traspasó nuestras fronteras, apareciendo en Lausanne, en unos encuentros internacionales, llevada de la mano de Luis de Elizalde, que acudió en representación de Euzkadi
En septiembre de 1923, al instaurarse la dictadura de Primo de Rivera, se prohibió cualquier bandera distinta a la rojigualda. Pese a ello, un año después de su prohibición los mendigoizales del Lenago Il lograron colocarla en el Pico del Fraile, en Orduña. En 1932 fue exhibida en el balcón de la Diputación de Gipuzkoa, durante el acto de la firma del Estatuto de Cataluña. Habrá que esperar hasta el 21 de octubre de 1936 para que el Gobierno de Euzkadi, a propuesta del consejero de Industria, el socialista Santiago Aznar, declare oficialmente a la ikurriña como la bandera vasca, ondeando en la sede del gobierno en el hotel Carlton de Bilbao hasta el 19 de junio de 1937.

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La masacre del Duranguesado (Autor: Jon Irazabal Aguirre)

Por orden de Franco y Mola, la población civil y los cascos urbanos fueron los objetivos de los escuadrones aéreos que en marzo y abril de 1936 acabaron con centenares de vidas en Durango, Otxandio y Elorrio.

El desarrollo de la contienda de 1936 genera que durante mucho tiempo el Duranguesado sea tierra cercana al frente de guerra. El control de Araba por los sublevados y la caída de Gipuzkoa en el verano de 1936 hacen que las trincheras estén a las afueras de Otxandio y muy cercanas a Ermua, Elorrio o Atxondo. Este hecho produce cambios en la vida social de los pueblos de la comarca y la necesidad de habituarse a la tragedia que diariamente provoca una contienda bélica. La muerte que ronda a diario pueblos y villas impresiona, pero especialmente la tragedia de los bombardeos, en los cuales las muertes y mutilaciones son masivas. Mayoritariamente no son gudaris y milicianos venidos de otras tierras las víctimas, sino vecinos, familiares y conocidos, sin ninguna distinción ideológica. Lamentablemente, hechos de esta índole fueron frecuentes en esta tierra de Durango.

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El anonimato de miles de vascos ocultos en simas (Autor: Iban Gorriti)

Varios espeleólogos realizan labores de búsqueda en el raso de Urbasa. (Sociedad de Ciencias Aranzadi)

SON miles las víctimas de la Guerra Civil (1936-1939) que permanecen aún enterradas en fosas comunes repartidas por la CAV y Nafarroa. El forense Paco Etxeberria tiene claras sus conclusiones al respecto: “Para ocultar un crimen se utilizan los recursos más cómodos en la percepción del victimario. Si hay pozos, simas o acantilados son una solución”. A juicio de este representante de la Sociedad de Ciencias Aranzadi esa forma de actuar ha sido “siempre así”. La Guerra Civil no fue una excepción: el balcón de Pilatos, Urbasa, el paseo nuevo en Donostia, las rocas de Igeldo, Arrasate… Todo ellos “son lugares de memoria como la sima de Otsoportillo donde se celebra un homenaje todos los años desde la década de los 80”, enfatiza.

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1945 la victoria escamoteada (Autor: Iñaki Goiogana)

La recreación del sábado 6 de junio en Punta Lucero simbolizará el nunca realizado desembarco aliado en la Euskadi dominada por la dictadura de Franco.

En la primavera de 1945 en el rostro de los exiliados vascos, y cabe decir que en la de todos los antifascistas vascos, se dibujaba una amplia sonrisa. Una sonrisa que no era otra cosa que la expresión de una esperanza en la pronta solución al conflicto iniciado casi una década antes con la guerra de 1936. Efectivamente, era cuestión de semanas que los Aliados llegaran a Berlín (la discusión era sobre quién haría ondear antes su bandera, si los occidentales o los soviéticos) y con ello finalizara la más cruel de las guerras habidas jamás y comenzara una nueva era en la que, si bien no se acabaría con los odios, las guerras y las diferencias entre los grupos humanos, los conflictos se encauzarían por caminos más civilizados. Durante los seis años de conflicto, a la vez que se luchaba en los frentes, se teorizó muchísimo sobre la posguerra. Las cinco décadas del siglo trascurridas habían demostrado de sobra que las personas eran muy capaces de casi borrar la existencia humana de la tierra, pero ahora, cuando finalizaba el lustro más mortífero de la historia, era el momento para poner las bases de un futuro lo más justo posible. Justo en lo social y justo en lo político.

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